SOBRE MÍ.

«El primer paso para avanzar, es aceptar quién eres.»

Como todas las frases lapidarias, esta contiene infinidad de interrogantes detrás de cada una de las palabras que la conforman. 

La primera y más obvia para este espacio es:

¿Quién soy?

Sería una pregunta difícil de responder si no hubiera vivido, mirado y respirado autoconsciencia a lo largo de toda mi vida. Sí, suena bastante egocéntrico y, debo reconocerlo, lo es. Lo soy.

Desde pequeña supe que algo dentro de mí no era igual a los demás. Esto es obvio: el ser humano es igual a todos, a algunos y a ninguno en el amplio abanico que conforma nuestro ser. Pero me sentía diferente de los otros niños y eso me hacía sentir insignificante y asustada como un perrito apaleado sin que existiera nada externo que lo provocara.

Durante años me limité a ser una mera espectadora del entorno tratando de encontrar regularidades, una serie de variables sobre las que elaborar un teoría que me ayudara a saber como interactuar con él. Cuando crecí esto se convirtió en un problema. Los años habían pasado y no había conseguido la fórmula científica que me enseñara a vivir y, lo que hasta ese momento se agitaba en mi interior, se desbordó como un río tras una crecida inesperada y lo arrasó todo y a todos. Y cambió el rumbo de mi vida. 

Todo esto es una manera poética de decir lo que probablemente estás pensando: estoy para encerrar. Pero como los médicos no lo consideraron necesario y no encontré ningún psicólogo que me convenciera, decidí convertirme en uno. 

Siempre hay una persona (o varias) que marca un antes y un después en la vida de alguien. En mi caso, dicha persona me desaconsejó totalmente estudiar esta carrera: «Estudia Medicina o dedícate a escribir, pero cinco años son demasiados para tratar de «curarte» a ti misma.» Y tenía razón, sólo que no me avisó de que no serían sólo cinco años, que aquel camino que había iniciado no tenía una fecha límite, que estas «enfermedades» de las que no se habla no tienen cura, no desaparecen con un tratamiento químico y te acompañan todos y cada uno de tus días. 

Pero, ¿cómo se puede aceptar algo así?

Llegamos al quid de la cuestión; a aquello que nivela a todos los seres humanos: todos, absolutamente todos, tenemos virtudes y defectos. Para algunos será más fácil obviar sus defectos o congraciarse con ellos mientras exaltan sus virtudes, pero, para la mayoría de los mortales, esta es una batalla vitalicia. «No soy lo suficientemente alto, me gustaría ser más inteligente, más extrovertido, tener un pecho más grande, un trabajo mejor, hablar idiomas, que mi familia fuera más unida, etc.» Podemos elaborar una lista infinita de disconformidades, algunas de ellas pueden superarse de uno u otro modo; otras, en cambio sólo te dejan dos opciones: o las aceptas, o te lamentas y te enfureces como quién trata de derrumbar un muro de acero con sus manos. 

Algo que aprenderás si me acompañas en este camino, es que las alteraciones psicológicas no son algo que se elija. Igual que uno no decide medir 1.60, tener dermatitis o alopecia androgenética, tampoco es una elección personal tener un trastorno de personalidad, una predisposición a la ansiedad o un trastorno disociativo. Lamentablemente, parece que un alto porcentaje de la sociedad así lo cree y nos sentimos obligados a ocultarlo como el adolescente que fuma a sus padres. 

Y esto debe cambiar.

¿Y eso lo vas a hacer tú?

Si bien aprendí valiosas y dolorosas lecciones como «paciente», las aprendidas como psicóloga no se han quedado atrás. La Psicología es una disciplina poco valorada en la mayoría de los países que he conocido. No importa que estudiara una licenciatura oficial con todos sus créditos válidos a nivel estatal, europeo e internacional, y que en España no se enseñe un contenido que no esté respaldado científicamente, la gente seguirá preguntando si puedo leerles la mente, sugiriendo que no me saque un diagnóstico de la manga para sacarles el dinero o afirmando que «no cree en la psicología» como si fuera una religión o la dieta de moda. 

No soy una persona ambiciosa, me acobarda el hecho de poder sobresalir en algo y hacerme visible, pero siempre he tenido una alta intolerancia a las injusticias y defiendo firmemente (testarudamente) aquello en lo que creo.

Y creo en esto.

Creo en acabar con el etiquetado, con la culpa y el estigma de tener una alteración psicológica que produce una doble victimización, en que esto no sea «quién soy» si no sólo una parte de mí, creo en cambiar el rol, la actitud del «paciente» como agente pasivo y doliente, creo en la mejora del sistema de salud a través de sus profesionales, en el empoderamiento de todo ser humano y, no tengo que creer porque es, en la psicología y cualquier disciplina científica como herramientas para lograrlo. 

No aspiro a cambiar el mundo, sólo quiero aportar mi granito de arena, compartiendo mi experiencia personal y profesional, mis conocimientos y descubrimientos, para que algún día se consiga todo en lo que una servidora y muchos otros «locos» más creemos. 

Si después de leer todo esto sigues con ganas de acompañarme en esta aventura, no me queda más que agradecerte tu paciencia y prometerte que haré todo lo posible para que esta charla sea interesante. 

A veces tiendo a hablar demasiado, pero también me encanta escuchar. Así que no dudes en ponerte en contacto conmigo y contarme todo lo que quieras. 

Voy preparando el café.