De víctima a superviviente.

Yo sobreviví a un TCA. O a unos cuantos.

Si te soy sincera, estoy escribiendo esto y me tiemblan los dedos.

A veces he querido ponerme la medalla de superviviente, pero nunca fui capaz de especificar de qué…  Quizá porque no podía asegurar que realmente hubiera sobrevivido. Quizá porque había muchas cosas que aún quedaban por superar. Más probablemente, porque no estaba segura de que lo mereciera.

A lo largo de los años he aprendido que, aún a muy corta edad, los seres humanos pueden enfrentarse y sobrevivir a muchas cosas:

Hay niños que tienen tanta prisa por sonreír al mundo que vienen antes de tiempo, luchan ¡y sobreviven!

Hay otros que no lo logran y, entonces, los que están obligados a convertirse en supervivientes son sus padres y los especialistas en cuyas manos han perecido.

Algunos peques vienen sin la sonrisa tal cuál la conocemos y se ven obligados a sobrevivir en un mundo que no les entiende y, con ellos, sus papás, que se ven obligados a desterrar las ilusiones y planes futuros que tenían sobre ese hijo o hija, y re-aprender otra forma de ver la realidad y concebir ese futuro.

Los hay que pelean contra cientos y miles de enfermedades diferentes y aterradoras, algunas incluso desconocidas, con tan solo la osadía de sus pequeños cuerpecitos como espada y que, además, sacan fuerzas para limpiar las lágrimas de sus familiares vestidos de superhéroes y les devuelven la esperanza.

También los hay escondidos en diferentes rincones del mundo, encogidos, deseando que un superhéroe de verdad llegue y los rescate de sus casas, de sus coles, de sus mentes…esperan, porque aún no se han dado de que lo que buscan está dentro de ellos y que sólo necesitan que alguien les ayude a sacarlo fuera y les de un besito de cura sana. Aunque a veces ese beso, aún siendo de amor, duela.

Toda mi vida he pensado en esos niños que fueron, que son o que nunca llegaron a ser, y me decía que yo no merecía pensar que había sobrevivido a nada, que no había tenido que pasar por algo parecido. Sobre todo porque, sin apenas darme cuenta, estoy arañando las tres décadas, así que la niña que fui ya sólo existe en mis cimientos.

Aunque, si lo miro de ese modo, eso también implica que esa niña sobrevivió y ahora soy la adulta que tiene una deuda con ella, con todo aquello que ella consiguió y no era capaz de ver en su momento, y también con las personas que han hecho posible que haya soplado las velas durante todos estos años.

Sí. Escribiendo esto me doy cuenta de que, definitivamente, también fui una de aquellas niñas agazapadas en algún lugar del mundo con un monstruo en su mente y que desconocía que, junto a él, convivía un superpoder aletargado. Solo que, un día, esa superheroína despertó y juntas buscamos a quién nos besara las heridas y ¡vaya si dolió! Pero también mereció la pena, porque luchamos ¡y sobrevivimos! Y, aunque no puedo negar que el monstruo sigue conmigo, tengo mi disfraz de superheroína bien cerca para mantenerlo a raya las veces que sean necesarias.

Aún no me conoces, pero te aseguro que, si yo superé un TCA, tú también vas a conseguir sacar tus superpoderes y seguir adelante.

De víctima a superhéroe.

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