Podría explayarme hablando de cómo se han concebido los trastornos alimentarios a lo largo de la historia desde la práctica clínica, pero entonces perdería de vista el objetivo de este artículo, tú perderías el interés y, ¿para qué engañarnos?, a lo largo del recorrido también se me caería la bata de objetividad que debe vestir el profesional cuando está sentado en el sillón de terapeuta. Así que me iré dosificando para otros post.

Probablemente a estas alturas ya tengas una idea más que afianzada de lo que son los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), ¿es así? Bien, antes de continuar te voy a pedir que reflexiones sobre tu idea de este término. ¿Ya? Bien, es posible que al leer las palabras “trastornos alimentarios” automáticamente tu mente enlace con otro concepto (“anorexia”) y pensarás en una joven, apenas adolescente, extremadamente delgada, con una obsesión enfermiza por adelgazar, que sólo se centra en su físico y que hace sufrir a sus familiares y amigos en su rechazo irracional y obstinado hacia todo lo relacionado con la comida y la ganancia de peso. Quizá la imagen de esta joven provocándose el vómito frente a un inodoro también acuda a tu mente.

Esta idea se ha ido cultivando a lo largo de los años, a través de los medios de comunicación, prensa, bibliografía científica y no científica, series, películas, charlas de prevención bienintencionadas, pero mal dirigidas en colegios y hospitales, o la propia experiencia personal con individuos que presentaban este trastorno. Eso no significa que nuestra percepción sea totalmente incorrecta, pero sí que, en la medida en que lo es, hace un flaco favor a las personas afectadas, a la investigación y al tratamiento de la afección.

Si hasta ahora pensabas que los “Trastornos alimentarios y de la ingestión de alimentos” (nombre técnico desde 2013) eran la “anorexia” y la “bulimia”, después de ver el siguiente esquema podrás entonar un “Sólo sé que no se nada”.

Esquema elaborado por El Otro Lado del Diván 

Hace poco, los criterios diagnósticos, es decir, los síntomas que se requieren para decir que una persona tiene tal o cual alteración, fueron ligeramente modificadas. No obstante, los rasgos nucleares de los trastornos más conocidos (Anorexia Nerviosa y Bulimia Nerviosa), permanecen prácticamente igual. En esta primera aproximación esbozaremos los perfiles de los más conocidos.

Como bien sabes, las personas con Anorexia Nerviosa (AN a partir de ahora) se caracterizan por presentar un peso por debajo de lo normal para su edad y altura, llevar una dieta extremadamente restrictiva en un intento por seguir adelgazando, un miedo intenso a subir de peso y una imagen distorsionada de su propio cuerpo.

Esta última característica también sería común en Bulimia Nerviosa (BN) que, al contrario que en AN, es presentada por personas con un peso “normal” o por encima del Índice de Masa Corporal (IMC) recomendado y se caracteriza por la presencia de episodios recurrentes y frecuentes de atracones (comer cantidades inusualmente grandes de comida en un corto periodo de tiempo), acompañados de sensación de pérdida de control, vergüenza y culpa, y de comportamientos compensatorios como vómitos forzados, uso de laxantes o diuréticos, ayuno, ejercicio excesivo, o una combinación de éstos.

Hasta aquí puede que no hayas descubierto nada nuevo, aunque, si lees con detenimiento, te darás cuenta de que no has leído, ni leerás en ningún manual diagnóstico, que estos trastornos discriminen edades, sexos, constitución física, capacidad intelectual o nivel socioeconómico o cultural. La realidad es que pueden afectar a todos y a todas. Inevitablemente, esto es lo que ocurre con los criterios diagnósticos: son una guía, una especie de esquema que reduce el trastorno al esqueleto para poder ponerle un nombre. El problema es que siempre que reducimos algo a su mínima esencia, nos perdemos cosas.

¿Qué nos estamos perdiendo?

Los TCA no sólo tratan sobre la imagen corporal propiamente dicha. Son un reflejo, una forma de gestionar o compensar una serie de carencias internas, que pueden o no combinarse con acontecimientos o circunstancias externas desfavorables.

Según la teoría desde la que abordemos dichos trastornos, encontraremos diversas explicaciones:

Las Teorías Psicodinámicas explican el origen aludiendo a conflictos familiares, específicamente en la relación con la madre: en la práctica clínica nos encontramos con que, si bien este tipo de trastornos (y en la mayoría) los patrones familiares heredados suelen traslucir a lo largo de las sesiones, parece tratarse más de un problema educacional relativo a la forma en que nos enfrentamos a los conflictos o a la relación que tenemos con la comida y la imagen corporal, que al propio vínculo madre-hija (aunque también podría ocurrir).

Las aproximaciones biologicistas aún siguen en el camino de encontrar un sustrato neuroanatómico y/o neuroquímico específico subyacente a los TCA, aunque recientes investigaciones están encontrando patrones neurales comunes entre los TCA y las conductas de tipo adictivo.

Algunos expertos señalan la existencia de una identidad frágil, poco definida, que produce una inmadurez emocional que lleva a los sujetos a recurrir a la comida como un modo de litigar con otros problemas. En este punto debemos rescatar un concepto que todos conocemos y que parece estar detrás de todo lo que va bien y mal en la vida del común de los mortales: la autoestima. Es irrefutable que las personas con trastornos de la conducta alimentaria presentan puntuaciones bajas en autoestima y autoconcepto, lo que deriva en una gran inseguridad acerca de sí mismas, de su entorno y de su futuro, dificultad para tomar decisiones y afrontar determinadas situaciones, sentimientos de incapacidad…

Ahondar varias generaciones en el por qué de esta baja autoestima, o saltar este paso y enfocarse en corregir los patrones de pensamiento desadaptativos subyacentes y ayudar a sustituirlos por unos más saludables, dependerá de la orientación del terapeuta.

Podría cubrir páginas enteras hablando de este tema, pero no serviría para el propósito de nuestra misión. Espero que, tras esta primera aproximación, haya sembrado en ti, al menos, la idea de que los TCA y las personas afectadas por los mismos no se pueden reducir a una etiqueta, a la simple ecuación persona- comida y, por tanto, tampoco su tratamiento y recuperación.

Bibliografía:

  1. Vazquez, R., López-Aguilar, X.,Ocampo, T., Mancilla-Diaz, J. (2015). ResearchGate. Revista Mexicana de Trastornos Alimentarios. 6. 10.1016/j.rmta.2015.10.003. Eating disorders diagnostic: from the DSM-IV to DSM-5. 
  2. Soria, I. (2011). Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia | Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia S.E.M.P.P. ISSN: 2253-749X Vol.1 n°1. Trastornos de la conducta alimentaria, ¿una adicción?
  3. Seijas, B. y Sepúlveda, X. (2005). Rev. Med. Clin. Condes; 16(4): 230 – 5. Trastornos de las conducta alimentaria (TCA).

Un comentario

  1. Me parecen súper interesantes tus artículos y estoy aprendiendo muchas cosas de las que no tenía ni idea. Enhorabuena!!!

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