Hoy es el día de mi 30 cumpleaños. Eso significa que ya llevo en el mundo 3 décadas, un total de 262800 horas aproximadamente de las cuales, me pregunto, ¿cuántas he aprovechado realmente? Supongo que esta edad es uno de esos hitos vitales que te obligan a hacer un alto en el camino y dirigir la vista hacia atrás (aunque realmente eso es algo que hago bastante a menudo). En este momento es cuando comienza la vida realmente en serio, en serio en el sentido de seriedad, cuando parece que ya has vivido esa lista de “primeras veces”, intensas, emocionantes y divertidas, y cada vez está peor visto que no tengas un trabajo estable, una pareja, hijos, una casa…Parece que la sociedad ha evolucionado, pero esas son las presiones, los miedos que siguen acechándonos mientras dormimos, cuando nuestra lógica y nuestro mirar desafiante al mundo bajan la guardia y los valores sociales que aún coleteaban en la infancia de los que ahora rondamos la treintena, salen a la luz.

Hace 10 años, divagando con una amiga por la Gran Vía de Colón en Granada, nos aventuramos a predecir la fecha de nuestro fin. Sí, es una de esas cosas raras que hace gente rodeada de un entorno precioso con un clima inmejorable, comiendo un delicioso y mítico helado de “Los Italianos”, ¡no nos juzgues! Ella confesó que siempre había sentido que dejaría de existir a los 21: el día de su 21 cumpleaños la felicité con un “¡Felicidades! ¡Sigues viva!”. Yo, por el contrario, en un alarde de optimismo inusual en mí, dije: “Seguro que por j*** llego a los 30, pero como no haya encontrado un trabajo que me guste y publicado un libro, más me vale no existir porque probablemente no lo soporte”. Recordando estas palabras me viene a la mente la voz de mi profesora de “Evaluación y terapia de los trastornos emocionales”, Mª Nieves Vera Guerrero (gran docente y persona), diciendo “¡TREMENDISMO!” “¡NON SOPORTANTIS!” (esto último parece salido de Howarts).

Aquí estoy. Hoy cumplo 30 años, no tengo un trabajo estable, ni siquiera tengo un trabajo remunerado, vivo como una nómada, sin un lugar de referencia, sin nada que me pertenezca, con las zapatillas siempre puestas y sin perder de vista la salida de emergencia por si tuviera que salir corriendo y, por supuesto, no he escrito mi primera novela (aunque estoy en ello).

Y, a pesar de todo lo anterior, hoy menos que nunca en toda mi vida deseo dejar de existir.

Si miro hacia atrás veo muchas de esas 262800 horas en gris, como una película en blanco y negro en un televisor de baja definición. Veo horas eternas encerrada en mi cuarto o acurrucada en el suelo del baño, deseando hacerme tan pequeñita, tan invisible que pudiera desaparecer al fin. Noto el sabor amargo del miedo, la tristeza y la ansiedad devorándome por dentro, provocando un insoportable dolor emocional y físico, impidiendo presentarme a un examen, mirarme al espejo, salir a la calle… Impidiéndome vivir. Veo a todas las personas que formaron parte de mi vida y que ya no están en ella, aunque desesperadamente me gustaría tenerlas a todas conmigo por mucho dolor que nos causásemos mutuamente.

Miro todo eso y observo. Observo con mis ojos surcados de patitas de gallo tras tres décadas de risas y llantos y, definitivamente, eso me permite apreciar un poco de color en cada recuerdo en gris. Puedo ver cómo me he levantado una y otra, y otra vez, cómo he limpiado mis lágrimas que, por fin, puedo derramar sin avergonzarme, porque yo me acepto así, llorona, y he continuado aunque la vida siguiera siendo una imagen desteñida. Poco a poco el color ha vuelto y se ha perdido de nuevo, pero nada ha pasado. The show must go on, y continuará hasta que ya no lo haga (obvio). Hay personas que no están, pero muchas otras han seguido ahí, aunque hayan tenido que rodearme en una cama de hospital o nos hayamos despedido a gritos, para también compartir las risas, las enhorabuenas y las desafinadas canciones de cumpleaños.

Si miro atrás veo que más de la mitad de mi vida la he pasado “enferma”, que pocos problemas podrían identificarse fuera de mi cabeza, y la capacidad, no sólo de verlo sino de aprender de todo ello, es algo que no lo da el pasar de los años, sino el VIVIR (así, con mayúsculas) de todas y cada una de las horas que estamos aquí.

Ese “nomadismo” del que antes hablaba me ha permitido conocer la historia de cientos de personas. Algunas tuvieron que madurar demasiado rápido y, como yo, se permitieron el placer de “inmadurar” cuando parecía que ya no tocaba; muchas de ellas se vieron obligadas a reinventarse de mil modos, incluso cuando parecía que tenían seguro todo aquello que la sociedad dicta que debes tener a cierta edad; mujeres y hombres de 20, 30, 60 y taitantos, reflexionando acerca del curso de sus vidas y tomando decisiones sobre las mismas, que han cambiado por completo sus caminos. Todas estas historias me han aportado algo, me han enseñado que aún quedan incontables y fantásticas primeras veces, que puedes escoger cientos de caminos y que equivocarse o que algo no salga como esperábamos, ¡no es tan terrible! Siempre podrás trazar un nuevo camino con las cenizas de tu vida pasada, aunque los huesos duelan, la piel se descuelgue, el pelo se caiga, mientras te queden energía y ganas, y, por encima de todo, un cerebro bonito y fuerte que sepa canalizarlas.

Recuerdo que, hace casi 12 años, llamaba a mi cuñada desde un ya abandonado teléfono fijo para felicitarla en su 30 cumpleaños, y ella reconocía apesadumbrada: “El tiempo ha pasado muy rápido, los 30 pesan, pero ¡yo no me siento tan mayor!”.

Ahora soy yo la que lo dice. Estos años han pasado muy rápido y yo no me siento tan mayor. Pero sólo me pesan los años que no viví o, como escriben por ahí:

Que la vida me perdone las veces que no la viví.

(…)

Que la vida me perdone por mirar continuamente al pasado y recordar todo aquello en lo que me había equivocado.” Lee el poema completo

Así que, como esto parece que no tiene intención de parar y aún no he encontrado el modo de volver al pasado para poder darnos a nosotros mismos un par de sacudidas en los momentos críticos, creo que no queda más remedio que aceptar, agradecer y continuar aprovechando cada día.

Primeras tres décadas: me habéis enseñado mucho. Siguientes décadas: preparaos, he estado entrenando.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *